Sangre y lágrimas

I


Me tocaba la barba, reía. Recordaba aquel famoso silogismo; los hombres tienen barba, Cirilo tiene barba, Cirilo es hombre. Reía. Sabía que la premisa era falsa, pero me sentía hombre. Venían a mi mente imágenes de la mujer barbuda, reía. Tenía que reír, reírme de mí mismo y de la situación en la que me encontraba.

Llevaba tres días sin comer por voluntad propia. Sentía degradante comer en una botella cortada y sin cubiertos; -¿comer con las manos?- , indigno.

Al cuarto día comí, no por hambre, -que quede claro- sino por protección y sobrevivencia. Las alimañas que compartían la celda de castigo eran hombres violentos, irracionales. Detectaban el miedo y la debilidad como un empresario la oportunidad de negocio. Pero un negocio sucio y despiadado: "el descuento" . La máxima; antes que me peguen, prefiero pegar. La ganancia; el respeto.

Tocaba mi barba y que agradable sensación después de un lustro sin sentirla. Eureka! Dios quiso que conociera este lugar para que volviera a sentir el bello en mi rostro. Reía. Había que darle algún sentido a la experiencia.

Estaba perdido en el tiempo y en el espacio.  Este lugar era un horizonte en calma; denso, tan denso que no dejaba al aire un haz de luz. Veintitrés horas de encierro y una de patio. Intentaba concentrarme en la respiración. Buscaba la forma de doblar las dimensiones, abrir los ojos y aparecer en la cima del volcán ojos del salado y desde ahí contemplar la puesta de sol, mmm, aunque la cordillera de la costa podría impedírmelo…ahh, maldito Einstein, no eras tan genio, tu señora te hacia las fórmulas matemáticas. Imaginaba una mujer dominante, extremadamente racional, que lo obligaba a pensar en nuevas ideas:

-oye Alberto, me case contigo entre otras cosas por estabilidad económica y mira como estamos; sin ni uno pa´ parar la olla.-

-soy judío alemán nacionalizado gringo…-

-¡ya! Partiste al sótano castigado, hasta que no tengas una idea nueva y revolucionaria, olvídate del vinito, del bistec alemán y de mi vulva rechoncha.-

-¿me vas a cortar el agua también?, ¡me cagaste!-

Ahí empatizaba con el maestro, hombre al fin y al cabo. Reía.

Una voz lejana insistía en traerme de vuelta al mundo real, ¿o a la ilusión?, justo en el momento en que la vulva de la señora de Einstein se transformaba en un túnel de luz, como el que ven los muertos resucitados. Un golpe en el pecho me despertó de súbito.


-oe loco-

-ah?-

-¿vo te llamai Cirilo?

-sí, Cirilo-

-Despabila el moco po gueon, te están llamando hace rato afuera.-

-¡chucha! Aquí, aquí- grité.

El funcionario abrió la puerta metálica. Traía una  hoja en las manos. 

-¿quién es Cirilo?-

-yo soy.-

-ya sale pa afuera. Terminó tu castigo. Te vai de vuelta al sector beta.-

Mi suerte cambiaba drásticamente. Sus palabras resonaban como un coro castrati alabando al todo poderoso. Lo seguí desde atrás. Miraba hacia ambos lados del pabellón y veía a través de las ventanas el brillo en los ojos de los internos. Reparé que el centinela tapaba su nariz con un pañuelo y recordé que al llegar, el olor a mierda y orines me había producido un espasmo cerebral. Miré hacia atrás y me detuve. Pensé: ¿Qué me hace diferente de estos hombres, que me hace igual? Por siete días fui uno de ellos. Contemplé el lugar antes de salir. 

II

-¿De onde vení vo?- pregunto el vigilante detrás de una mampara.

-de un retiro espiritual- conteste seriamente-

-¡tai chistoso conchetumare!- se puso de pie y observó detenidamente mi aspecto.

-mmm, vo vení de los castigos. Y cuenta, ¿te hicieron el hoyo?- largo a reír.

-(Claro, mientras a tu señora la clavaba tu vecino…)-lo pensé con tanta ira que él la notó.

-ya, ándate a la celda 53. Y aféitate!-

Afeitarme. De vuelta a la realidad. Ese maldito reglamento enmarcado dentro de la rehabilitación, junto con cuadrarse manos atrás, tallar algún palo, coser algún cuero… ¡webadas! actividades del siervo, una arcaica manera de diferenciar los roles.

-¡mozo!- gritó el centinela. Un interno apareció desde una puerta contigua.

-¡mande jefe!- 

-pásale una frazada y un colchón al ingreso-

-jefe, frazadas quedan pero colchones no-

-pásale dos frazadas entonces po gueon-

Tomé las dos frazadas dando gracias al mozo mientras este abría el acceso principal que daba paso al sector beta, mi segundo hogar. De camino hacia la celda divise rostros conocidos, unos más amables que otros. Me saludaban con un toque de solidaridad: -guena Cirilo-, -¿cómo estay hermanito?-,-que bueno verte de vuelta-. Avance unos pasos y leí en la puerta metálica el número 53, golpee y entre:

-Hola, permiso. Me mandaron a esta celda, vengo llegando de los cast…- una voz del camarote de arriba me interrumpió  

-Cirilo, cirilito, ¡volviste de las mazmorras sicópata y la conchetumadre!- de un salto llegó ante mí, abrazándome. Aquel era el Cóndor: tés morena, mediana estatura, cejas pronunciadas. Había ganado su apodo por una nariz de culto.  Era el tipo más ácido que había conocido hasta ese entonces. Dueño de un humor negro, despiadado. Se había forjado más de un enemigo por no tener pelos en la lengua; –soy honesto y eso molesta- solía decir. 

-puta que te crece fea la barba gueon. Pero siéntate. ¿Te ofrezco un matecito?, ¿un tecito?, ¿cafecito?, ¿una frutita…? tus cosas las guardó el Bastardo. Quedamos todos mal después que te fuiste. La volaíta. Pero aquí estay po gueon, entero, entero hediondo…-

Reímos. Por primera vez volvía a reír de manera natural y gracias a un otro.

De pronto una voz irrumpió  bruscamente en la celda.

-Permiso. Toma hermano, pa´ endulzar la vida.- Sobre la mesa, un tarro de duraznos y una crema espesa. Aquel era el Bastardo, temido en el sector por su poca paciencia y cero control de impulsos. 

La mirada del Bastardo reprimía unas lágrimas. Creo que la mía también y una sensación desagradable en la garganta.

-dense un beso ahora el par de maricones. Puta los gueones patéticos- sentencio el cóndor. Reímos.

Reparé en el gesto del bastardo: solidario. Recordé el castigo y a esos hombres; ¿qué me hace diferente, que me hace igual? Volví a mí y ambos me observaban fijamente. El cóndor se puso de pie, tomo una toalla, un par de sandalias y un frasco transparente con un líquido blanco.

-Toma, anda a bañarte y no se te vaya a caer el pelo que el champú es head and shoulder. -Tomé las cosas sin dudar y partí a las duchas.

El agua tibia corría por mi cuerpo. Ya no temía. Sentía que estaba en el paraíso de la confianza. El aroma del champú era como un incienso bondadoso que venía a destronar un hedor impregnado en mis fosas nasales. Qué lugar más hermoso y bello. Realmente lo extrañaba. Lo había imaginado un par de veces en aquel castigo y mi estado anímico mejoraba. Podrá pensarse que la esperanza estira la angustia del hombre hacia un futuro incierto, pero ahí estaba yo, viviendo mi esperanza cristalizada. De pronto caí en cuenta que el anhelo de estar en mi casa  habia pasado inconscientemente a segundo plano: ¡qué diablos significaba esto!

III

Con el paso de los días me fui adaptando nuevamente al sector beta. Todo el mundo quería conocer a través de mí los temidos castigos. Sentía una rara admiración y respeto de los demás, como cuando el soldado vuelve de la guerra.

Tirando huincha con el cóndor en el patio del sector beta, solíamos discutir banalidades tales como; el principio de incertidumbre, el profundo y honesto interés de la clase política por la sociedad chilena, el fin del mundo y otros temas mucho más relevantes como el increíble y mágico poder del merquén para mejorar el sabor de cualquier tipo de comida y de como el cese de la ingesta de carne mejoraba considerablemente el aroma de las fecas.

-¿Oye Cirilo, no hay pensado en volver a los talleres?-

-No sé…es muy pronto aún.-

-¿y por qué no veni al taller de artes visuales?-

-¿taller de artes visuales y desde cuando hay un taller de artes visuales?- reí con un dejo de incredulidad.

-puta, desde hace rato po loco. Te he invitado un par de veces pero vo no atinai.-

-es que para un taller así teni que tener dedos pal piano. Tenis que ser histriónico, tener personalidad, ser encachado…-

- na que ver cirilin bombín. Al principio todo lo nuevo es raro y las primeras veces duele un poco, pero después el dolor se transforma en placer y el placer en gozo y la vida en un éxtasis constante; como la cruza del barraco con la chancha: oink, oink, oink.-

-¿qué estay hablando agueonao?-

-puta gueon, el taller es connotado. El profesor que lo hace es un viejo terrible buena onda, se parece al abuelo vitamina, es seco, trae buenas películas, el proyector es profesional, comentamos los filmes, destripamos las películas, el guión, el conflicto, toda esa mierda que nos gusta.-

-¿pero las películas que trae son basura gringa?-

-puta que soy prejuicioso gueon. Las menos po hermano. Mira lo que más trae es filete  del corte abc1; el tigre y el dragón, Hero, hablamos de Zhang Yimu, Ang lee, Tsui Hark, y obvio, cine europeo; fóllame, corre lola corre, la importancia del erizo, si hasta hicimos un ciclo jodorowski…-

-¿me estay cuenteando?-

-sale gueon, nunca te he mentido y nunca lo volvería a hacer.-

Reímos.

-¿y no sabi na po? El otro día trajo unas invitadas que son alumnas suyas de la universidad. Dos son actrices y la otra algo relacionado con comunicación. Hermano, te lo juro por las alpargatas de Jesús y las siete vírgenes de Mahoma: ¡eran las medias perras!-

-vo queri convencerme a toda costa. ¿Y cuenta como eran las chiquillas?-

-las dos actrices eran igual que las modelos de Virginia secrets: rubias, ojos azules, acinturaditas, altas, labios chupa chupa y con una cara de calientes… la otra es más o menos, pero simpática. ¡Gueon!, después de ver una película nos tocó improvisar una escena con las cabras y había que besarse-

-¿Cómo besarse?- pregunte anonadado.

-besarse po loji; atracar, el ósculo santo pero en la chupa chupa-

-¿y con lengua?-

-no, no con lengua, pero un beso es un beso po gueon-

El poder persuasivo del cóndor era increíble. Conocía mis fortalezas, pero también mis debilidades. Definitivamente no asistiría a un taller por el solo hecho de que participaban mujeres bonitas. No, yo no soy así.  Mentía. 

Estábamos al interior de una sala obscura. La edad del sol, el polvo y el desprecio por las aulas parecían converger en aquel lugar. Quizás mi observación era cierta, no obstante los encargados del aseo al interior de la cárcel eran presos como yo y ¿quién puede cuidar bien algo que odia?

Éramos doce personas sentadas en círculo observándonos. Las tres mujeres que acompañaban al profesor cumplían en parte con la descripción que me había dado el Cóndor: dos eran extremadamente guapas y la otra un poco “diferente”. Esta última interrumpió la cháchara colectiva para dar inicio al taller.

-hola, buenas tardes a todos. Mientras  Gonzalo conecta la computadora y las cosas, me gustaría conocer las caras nuevas… ah, pero antes mejor me presento yo. - soltó una risa coqueta- Mi nombre es Josefa Vial, estudie comunicación. Acompaño a Gonzalo en el taller desde hace un par de meses con mis compañeras. Estoy muy contenta de estar aquí, encuentro que este espacio es real y me encanta.- volvió a reír.

Luego de que la mayoría se presentara, el cóndor levanto la mano y dijo:

-bueno, este personaje que está sentado al lado mío es mi invitado, disculpen lo poco pero hay de todo en la viña del señor- hubo carcajadas colectivas.

Me sudaban las manos. Hace tiempo que no me presentaba ante tanta gente y menos en este contexto tan cordial y afable. Una desviación en mi nariz, que supuse todos observaban, me insegurizaba aún más. Las ideas no se ordenaban en mi mente, aun así hablé:

-mi mamá me bautizó como Cirilo, Cirilo a secas sin segundo nombre, hace treinta y dos años. Creo que soy una imagen proyectada desde una realidad diferente, así como un holograma, y vine a este mundo a cumplir una misión, pero aún no la descubro-

Algunos rieron. Otros fruncieron el cejo. El cóndor movía la cabeza en señal de reproche diciendo:


-a este lo perdimos hace rato…-

Josefa observo mi nariz, creo, y espetó:

-no te cacho, la dura no te cacho, puede ser que seamos eso, pero no sé, es cuatico…-

La verdad es que podría haber dicho tantas cosas, pero disparé la idea más estúpida del mundo. ¡Qué imbécil soy! Era la primera impresión y quedaba como un loco, o un tonto. Aunque igual creía ser eso, en parte, pero no era el momento adecuado para hablar de metafísica. Mientras dudaba, llegaba el momento de ver la película; un montaje artístico hecho por realizadores chilenos que mezclaba  extrañamente; la comedia, unas cajas de cartón,  actores interpretando exageradamente a unos ancianos. Mientras mi cerebro trataba de unir lastimosamente toda esta amalgama inverosímil de eventos, Josefa parecía estar hipnotizada, presenciando en vivo una de las siete maravillas del mundo. Eché una vista rápida a los rostros de los demás compañeros y estaban encantados. Me sentí mal. ¿Qué me pasa? ¿Los años de encierro han afectado mi capacidad intelectual? 

Gonzalo encendió las luces y comenzó a explicar que cierta estructura de la obra se utilizaría en la presentación de fin de año; una adaptación de la novela épica de Homero: la Ilíada.

Para ser honesto, mi participación en este taller era incierta. Faltaba un semestre para la presentación y no entendía bien cual podría ser mi aporte real. Mi acercamiento a las artes escénicas era nulo. La única obra que había presenciado en toda mi vida fue el húsar de la muerte cuando tenía quince años, y claro, las veces que el modecate bañaba su cuerpo en mierda a modo de protesta ante el funcionario de turno.  

Hasta el momento no entendía nada, pero veía en los rostros de los integrantes del grupo serenidad y alegría. Intuía que estaba penetrando en un mundo desconocido, lleno de magia y sueños.

De pronto, todo mi cuerpo se vio sacudido. Sentí una especie de colapso; como si hubieran separado mi cuerpo emocional del racional.

-chao, gusto en conocerte y ojalá vengas la próxima clase-

Josefa me había abrazado. No atiné a nada. Solo observe sus ojos café  intenso y sus labios carmesí. Su mirada acuciosa parecía haber penetrado por mis  pupilas y leído mis pensamientos. Su sonrisa, amplia y eterna era como el portal de una energía misteriosa, que da vida. 

La clase terminaba y la fiesta de los abrazos era un rito natural. Realmente los años de prisión me han afectado; estoy embrutecido. Había olvidado lo que era el abrazo de un desconocido y más aún el de una mujer. Pero: ¿Por qué me abrazaron sin conocerme, acaso no les importa mi pasado, no temen de mí, de nosotros? Me sentí normal, me sentí persona y esto motivó mi deseo de asistir al taller. 

-¿vo soy gueón o te culió un león ?

  -las dos cosas- repliqué.

-hablaste pura weas perkin! -

-pucha Cóndor…- asumí la falta

-mira, si quisiste impresionar a alguien; hiciste el ridículo. Podrías haberte reído pa que pasara piola como talla, pero estabas serio gueón…-

-ya filo. Ya la cagué. Al fin y al cabo que importa. ¿Tu creí que ellos van a pensar en ti o en mi cuando estén en sus casas con sus vidas? Da lo mismo-

-¿oye te percataste de las dos exquisiteces que estaban al lado del profesor, o no?-

-más o menos-

-son cuicas y esas gueonas son locas, están como aplastás, como atrapas. Deben ser más degeneras que la chucha, así como la Cicciolina-

-¡cóndor culiao, vo lo reduci todo al sexo!- corté en seco.

-uuuy de donde salió la virgen María: por mi culpa por mi culpa por mi gran culpa-

-es que eres sicosiante hermano-

-pero me amas… y que tanto conchetumare, si yo no estoy aquí pa cumplir con tus expectativas-

-guena po Froid-

Reímos.

-ya po, seudohermafrodita culiao, ¿Qué te pareció el taller?-

-me gustó, es entretenido, hay buena onda, se nota que el profe sabe mucho de arte en general. Oye –pregunté con extrañeza- ¿esa mina, la Josefa viene desde el comienzo del taller? –

-nooo- respondió entre risas- ¿te gusto la fea?-

-imbécil, ni la conozco-

-¡te gustó la fea!-

Las clases se sucedían todos los martes desde las doce hasta las dos de la tarde. Con el paso del tiempo me convertí en uno más del elenco. De las tres mujeres que acompañaban a Gonzalo y para coronar mi suerte, solo Josefa continúo.


Las dinámicas grupales eran novedosas: caminar como pájaro, transformarse en un dragón de comodo. Era un volver a la infancia: cantar, saltar, memorizar frases y el famoso ejercicio del ornitorrinco que Josefa había enseñado como una manera de eliminar el estrés que consistía en saltar en el lugar rápidamente con el cuerpo lánguido, y gritando: chipi, chipi, chipi. Reconozco que me sentía ridículo. Nos mirábamos con el cóndor y reíamos porque era descabellado. Pero al mirarla me ponía serio, trataba de darle la importancia adecuada; jamás hacer sentir mal a la visita. Comencé a observarla en silencio. Sus formas, sus modos, su personalidad libre, fresca, avasalladora me cautivaba. Demostraba seguridad al hablar, al moverse. Parecía no temerle a nada y sus pensamientos siempre eran claros. Todo esto me parecía extremadamente sensual. Me sentía atraído pero al mismo tiempo me asustaba.


Los días martes comenzaron a significar solo una cosa: Josefa. Comencé a preocuparme más de mí, de mí imagen. Nacía en mí una nueva motivación. Algo en mi interior me hacía sentir inmensamente feliz. No sabía bien si esto lo provocaba ella o era un sentimiento mío. Pero estaba allí, era real.


Debía encontrar una manera de expresar esta emoción. Tenía experiencia de sobra en cuanto a las emociones reprimidas y el diagnóstico siempre era el mismo: devastador. Pero esto que sentía era distinto a  todo, me desbordaba de… ¿amor? Trataba de buscar en mis recuerdos algún sentimiento parecido y me remontaba a mi niñez: tenía siete años y vivía con mi abuela.  Por las tardes salía a jugar con una niña de mi edad. Recordaba su pequeño rostro, sus ojos, su cabello y el sentimiento era el mismo; ¿amor?


Estaba a meses de cumplir la edad del cristo crucificado y caía en la cuenta de que nunca había declarado mi amor a una mujer, así que idee un plan: comenzaría por decir piropos y escribirle poemas. ¡Pero que estoy pensando! ¿Me estoy volviendo loco?: soy un criminal, escoria social. Si existe un espacio abyecto en la sociedad, ahí vivía yo. Peor aún; en el pensamiento y filosofía del hampa, existían reglas, estatutos dictados desde el germen de la contracultura, y yo me encontraba en el lugar que colinda con el escupo y las cucarachas. Este era yo en el mundo, o al menos lo que el mundo quería que yo fuera. Dudaba. Tenía miedo, vergüenza. Tocaba la desviación de mi nariz y sentía rabia conmigo y con Dios.


-¿Dios, porque la gente cuando no  encuentra causa justa al sufrimiento o no acepta su destino culpa a dios?-

-no sé Guerrilla, no lo había pensado-

-no te estoy preguntando a vo cabro, estoy pensando en voz alta no más-


Aquel era el Guerrilla, un taita canero antiguo. Lo habían dejado tirado hace años. Padecía el sida y tenía un cáncer al estómago. Se le veía más repuesto que otras veces; las cuencas de los ojos no se le notaban tanto. Cuando necesitaba un consejo recurría a él, no sin antes aceptar una partida de ajedrez que solía ganarme.


-por eso que la gente comenzó a buscar las respuestas en otros lados, como en la materia. Ahí empezó a nacer la ciencia, el microscopio, la cura pa las enfermedades. ¿Teni un cigarro cabro?-

-no Guerrilla, no fumo-

-consígueme uno po-


Le traía un cigarro prendido y continuaba.


-bueno, la cabra tiene treinta años, ¿sabí si esta casa, si tiene hijos, la música que le gusta?-

-no tengo idea-

-¿y conversai con ella o no?-

-sí, algo. Es que el tiempo en el taller se hace nada-

-cuando conversai con ella ¿se toma el pelo, o te toca así como que no quiere la cosa?-

-creo que no-

-no sabí ni una guea po cabro, tai como navegando a ciegas. ¿Sabi lo que le pasa a los que  caminan con los ojos vendados o no?-

-¿chocan?-


Guerrilla lanzo un suspiro nostálgico.


-no po muchacho; agudizan el olfato, se dan cuenta que tienen dos pailas, empiezan a confiar en la intuición. Oye cabro; ¿Qué edad teni vo?-

-32-

 -estay recién empezando a vivir... a mí me dicen que me queda poco tiempo. Pero la vida y la muerte van de la mano, más aquí en la cárcel. Aquí podi morir por cualquier cosa. Pero en La calle es lo mismo. Nadie tiene la vida comprá. Si te gusta la cabra, juégatela, pero juégala pa callao, que no se note. No di paso en falso, camina con pies de plomo pa que la condená no se asuste. No hay peor guea en esta vida que arrepentirse de lo que no hiciste. Vo soy inteligente y teni buenos sentimientos. Eso es lo más importante.-


Guerrilla tenía razón. Comencé a comparar las cosas con la muerte y todo parecía más simple. Era una cuestión de perspectiva y desde mi punto de vista un problema gigantesco carecía de importancia vital. Fue entonces cuando decidí plasmar mis emociones en el papel. Pensé que se me daba bien la prosa o el verso, me equivocaba; el asunto era una batalla campal entre el tinte y la hoja. Sufría: -este pensamiento no concluye, este verso no cuadra, muy siútico, abstracto, mucha metáfora…- dudaba. Después de horas de trabajo creí haberlo terminado:


“Es usted como un pozo en medio del desierto;

el pozo contiene agua y el agua es vida,

el desierto es el mundo y usted es vida en el mundo.

Tiene la belleza de una estrella: brilla con luz propia,

reflejando lo inescrutable del tiempo en los ojos de los hombres,

mas su luz, incomprensible, revela una existencia incierta,

una ilusión; los hombres creen poseerla, pero ella es un alma libre.

No pertenece a nadie. ¡Es libre!”


Lo leí por lo menos unas cien veces y me gustaba. Me sentí bien, era lindo. Sentía unas ganas de mostrárselo al mundo. Imaginaba a Josefa leyendo el poema y veía como sus labios dibujaban la sonrisa que robaba mi suspiro. Diseñé un sobre bonito y jure por mi vida entregárselo lo antes posible.


Estaba desmalezando las plantas cuando por el altavoz llamaron a los integrantes del taller. Salí por el acceso principal y al fondo del corredor la vi. Sentí una punzada en la boca del estómago. Caminé hacia el grupo y una vez frente a ella, me armé de valor:


-buenos días señorita Josefa. Luce estupenda- 

-gracias, y eso que me puse lo primero que pillé-


La clase estuvo magnifica, pero  una triste noticia sacudió a todos; Gonzalo aceptaría una oferta de trabajo en Medellín, Colombia, por lo cual se iría de chile y no alcanzaría a ver el estreno de nuestra obra. Pero no nos dejaría huérfanos, Josefa quedaría a cargo del taller. La vida volvía a sonreírme. Podría pasar más tiempo con ella y conocerla mejor. 


Luego del abrazo colectivo, recordé el poema. Busque el momento preciso. Mis manos estaban sudorosas, las seque. Comencé a temblar. Me dije: -recuerda la muerte, no estás haciendo nada malo, ¿porque le tienes miedo a una mujer?- ¡Basta! Respiré hondo y me encomendé a dios.


-señorita Josefa -volteo- ¿quería saber si usted ha sido alguna vez sujeto de inspiración para un artista?-


La frase le causo gracia porque soltó una sonrisa. Luego de agudizar su mirada como buscando en su memoria concluyo;


-que yo sepa no- 

-lo que pasa es que yo le escribí un poema- 


Saqué el sobre de mi bolsillo y sutilmente le extendí la mano. Lentamente lo recibió y lo guardo en su cartera. Me observo asombrada, como indagando intenciones. No hizo comentarios. Pensé en las palabras del  guerrilla: -guíate por la intuición-. ¿Se asombró para bien o para mal? La intuición me decía que para bien. Estaba feliz; el miedo no me había dominado. Sentía una efervescencia única. La imaginaba llegando la próxima clase y fantaseaba un encuentro fortuito: ella caminaba lentamente hacia mí, tomaba mi rostro con su mano y besaba mi boca. Luego se sentaba en un sillón y desde ahí me pedía que le recitara poemas. Yo erguía mi espalda y comenzaba a declamar la hermosura de su ser con las palabras más bellas del lenguaje: sublime, maravillosa, crepúsculo, sempiterna voz que disipa obscuridades…


-Así que le entregaste un poema- sentenció el guerrilla desde el otro lado del tablero.

-sí, y también le digo piropos lindos-

-¿y te hizo algún comentario?-

-no, pero falta una semana para verla de nuevo-

-¿entendí que ella puede no hablarte de eso cierto?-

-¿y cómo voy a saber si siente algo por mí?-

-cuando llegue el momento lo vay a saber po cabro. ¡Jaque! ¿Oye y que pasaría si vo le empesai a gustar a ella?- de nuevo la punzada en el pecho- ¿tu creí que ella se arriesgaría a algo contigo? Entendí que a los externos les hacen charlas sobre como relacionarse con nosotros, les advierten de no traer cosas, de tener cuidado con los cariños…-

-pero Guerrilla si yo no le he pedido nunca nada- interrumpí impetuoso.

-calmao muchacho, calmao, es que te veo muy envolao. Piensa que ella viene de otro mundo, un mundo bonito: el cine, la televisión, la cultura. Pura gente linda. ¡Jaque!-

-pero a lo mejor ella no tiene a nadie que le diga lo hermosa que es po Guerrilla. Cachay que en la calle los hombres andan pendientes de puras gueas. Cambian minas como quien cambia zapatos. Bueno las minas también. Pero ella es diferente Guerrilla, ella es buena del corazón. Ella no nos ve como delincuentes, nos ve como personas. Viejo, podría hacer miles de cosas allá afuera, pero viene para acá. ¿Entendí o no?-


Guerrilla respiró hondo mirando el cielo. Sonrió.


-cuando yo era cabro y vo todavía estabay en los cocos de tu taita, escuchaba rock. Era rockero yo. Me gustaba Queen. Había un tema que se llamaba “sombaditulov”, que significa…-

-¡alguien para amar!- complete.

-eso mismo. A veces necesitamos amar algo, amar por amar no más po, pa sentir, pa que esta guea – Guerrilla miro nuestro alrededor- tenga más fuerza. ¡Jaque mate!-

IV


Quede mal. No había reparado en esa opción. En realidad sí, pero no a un nivel material,  social, o en lo establecido. Lo mío era un castillo en el aire: Josefa era un ángel de luz, yo, un ángel caído al que ella podía salvar tan solo con su aliento. ¿Amor filos, platónico? Bah... El mundo es una mierda: guerras, exitismo, pobreza, maldad…al diablo.


Josefa se había ausentado del taller un par de semanas. Había asistido a un simposio de artes escénicas en ciudad del este. Con Gonzalo aprendía clase tras clase sobre el arte de la interpretación, de la prosa, del verso, de la dramaturgia; -“la sustancia del actor, su técnica, más un dominio del cuerpo y la mente, les servirá no solo en el mundo del arte, sino también en lo cotidiano de la vida.-“solía decirnos. Pese a la desviación de mi tabique nasal, poco a poco fui desarrollando una personalidad más efusiva.


Quise no pensar en ella este tiempo. Traté de convencerme de que mis sentimientos eran fruto de un intento desesperado por sentir y dar amor. Comencé a estudiar el libreto de la obra. Mi personaje: Paris, hijo de Príamo el rey de Troya. La vida del personaje comienza a tener sentido cuando conoce a la hermosa Helena, esposa del terrible y odiado Menelao, hermano del rey  Agamenón. Fue amor a primera vista. Paris se la roba y la lleva  oculta a Troya, lo cual desata una terrible batalla en donde no solo muere su  padre y  su hermano, el gran Héctor, sino que muere el destino de un imperio…y todo esto por amor. Volvía a aparecer Josefa en mis pensamientos.


La mañana de aquel martes regaba las plantas como de costumbre cuando escuche el llamado para asistir al taller. El cóndor me esperaba en la puerta. Salimos al encuentro de Gonzalo y los demás compañeros. Supuse que Josefa aun no llegaba y sentí nostalgia. Alguien del grupo pregunto por ella y Gonzalo contestó que nos estaba esperando en la sala para darnos una sorpresa. Sentí la punzada en pecho. Llegamos desde el corredor a la sala y logre divisarla a través de las ventanas; lucía un vestido primaveral que dejaba ver unas piernas magníficas. Entramos.


-hola chiquillos -saludó sonriente- que bueno verlos, los eché de menos. Antes de que Gonzalo comience, quiero entregarles un regalo que les traje- 


Fue por su cartera y extrajo una hermosa caja de madera. Todos nos agrupamos al rededor. Abrió por fin la caja y en su interior, una veintena de finos cigarrillos hechos con tabaco rubio de la mejor calidad. Comenzó a repartirlos. Lo primero que pensé fue de cómo los había ingresado. Se había arriesgado para hacernos sentir bien. Tenía ganas de besarla, de decirle que su gesto me conmovía, que la quería. Todo el mundo encendió sus cigarros y la cháchara fue colectiva.


Yo la observé, me acerque a ella con una sonrisa y le dije;


-señorita Josefa que alegría verla, eché de menos su presencia estas semanas. ¿Cuénteme como le fue por allá?-

-bien, muy bien gracias. Uruguay es un país chiquichicho, pero la gente es súper light-

-¿y en lo referente al simposio?-

-interesante, se discutió bastante sobre la trascendencia de las artes escénicas en los diferentes estratos sociales. La importancia del reconocerme en el otro, o sea, del saber que existo porque me reflejo en un otro y en esta relación el concepto de individualismo carece mucho de sentido y bueno, mi doctorado apunta en esa dirección.-

-¿oiga y tiene que leer muchos libros para preparar su doctorado?-

-más o menos. Tengo que manejar las teorías actuales de comunicación, basarme en el trabajo de otros para  abrir un diálogo y modelar el sentido de mis propias ideas.-

-qué lindo habla usted… Pero sabe una cosa, no crea todo lo que lee, porque escritores famosos se han equivocado y después uno cree cosas que no son…-remate serio y convencido de mis propias palabras. Ella muy simpática y sonriente contestó:

-que interesante Cirilo, a ver, dame un ejemplo…-


Aquel instante me pareció eterno. Tenía su atención como nunca. Estaba frente a mí. Busqué en mi mente algo inteligente que decir, pero no encontré nada. De a poco vi como su rosto se diluía, como su atención se disipaba. Un compañero le extendió una taza de té, ella aceptó. Era. Eso fue todo. Pensé en la muerte, en tirarme desde un precipicio o desde un avión sin paracaídas y piloteado por exupery… ¡un momento!


-señorita Josefa -toque su brazo, ella miró-  ¿ha escuchado usted hablar de un libro que se llama el principito?

-oui évídent…por supuesto, lo escribió el francés Antoine de Saint Exupery. ¿Qué hay con eso?-

-es que en ese libro hay una frase muy bonita. El zorro le dice al principito algo que siempre me dio vueltas: “la verdadera belleza es invisible a los ojos de los hombres”-

-sí, sí, la recuerdo. ¿Y?-

-bueno, que yo creía eso hasta que, hasta que la conocí a usted.-


Prometo que casi se me escapa un pedo. ¿Cómo me atreví a decirle algo así? Me quede frente a ella erguido, esbozando una sonrisa, respirando, mirando fijamente sus ojos, tratando de leer el lenguaje de su cuerpo. Lo primero que hizo fue sonreír, luego tomó su cabello y comenzó a mover sus rodillas. Intuí que mi choreza le había agradado. Mi corazón expandía sus fronteras. El silencio que nacía me agradaba. Sentí confianza. Tomé aire y justo en el momento en que decidí hablar, hablamos juntos. Reímos.


-por favor, dígame- le cedí la palabra.

-no, que a ti se nota que te gusta la literatura-

-me encanta, me atrae mucho el pensamiento oriental, la simpleza con la cual expresan ideas tan profundas…Lao Tse, Chuang Zi, Lu Sin, Yu  Ta-Fu, Mao Tun- me sentí ansioso, respiré.

-no me suenan mucho, en realidad no me suenan nada -lanzó una carcajada- pero la otra vez vi una película china que me hizo llorar, pero no me acuerdo del nombre-

-pero a ver, cuénteme un poquito de lo que se acuerde-

-mmm, era un niño como de 8 años que vivía con su abuelita y…-

-Jibeuro-interrumpí-o todos los caminos llegan a casa y no es China, es Coreana-corregí.


Sentí que se abría un puente de luz entre el corazón y la lengua. Discurrí, ¿no sé cuánto tiempo? pero no tropecé. Hablamos de lo importante de la fotografía, el paisaje, los silencios y la tragedia como el tema principal del cine oriental. De ahí nos pasamos a Shakespeare y del Mercader de Venecia terminamos hablando del conflicto en la franja de Gaza. Me conto de su perro, “el zorro”, de sus amigos, de que no le iba muy bien con la escritura, pero que una vez se había inspirado en Juana de arco para desarrollar un pequeño guión. Nos despedimos con un fuerte abrazo (para impregnarme de su esencia). Aquel –chao Cirilo- fue acompañado de una mirada cómplice; ambos compartíamos el mismo secreto. Esa semana me sentí en las nubes.

Del poema y los piropos pasé a los regalos: pequeños presentes que coronaban el día de su santo, el día de la amistad, el día del cuchuflí…cualquier excusa era válida para agasajarla. Sin embargo, note que sutilmente clase tras clase comenzaba a rehuirme. Trate de comprender el significado de ese gesto, pero me vi girando en conjeturas infructuosas: ¿Qué pensará de mí?, ¿habré dicho algo que le molesto? Creer saber lo que el otro piensa es peor que un suplicio chino. Parece que este amor mío comenzaba a reclamar algo de ella. ¿Pero qué? Cada vez que la veía me sentía angustiado. Esta situación, sumada al maravilloso mundo de las carencias comenzó a desesperarme. Debía hallar la forma de salir de esta encrucijada. Decidí declararle mi amor lo antes posible.


V


Aquel martes amaneció nublado, como acusando un advenimiento inmisericorde. La clase estuvo lenta, el aire pesado. Algo andaba mal, pero hice caso omiso a mi nueva aliada; la intuición. Después del festival de los abrazos, me acerque a Josefa y le pedí cinco minutos para conversarle de algo referente al taller. Mentí. Los integrantes del grupo se dirigían a sus respectivas dependencias y Gonzalo estaba atrasado para una reunión. Caminamos hacia un lugar más privado y me lancé a la vida.


-Cuéntame de que se trata- inquirió Josefa intrigada

-lo que pasa es que hace tiempo quería tocar un tema que nunca hemos hablados y es como una energía que está atrapada aquí-apunté en mi corazón- y que me hace ruido- comenzaron a temblarme las manos-

-¿tiene que ver con Gonzalo?-

-no, tiene que ver con usted, conmigo y lo que siento por usted-


La sentí incomoda.


-aaah, eso, sí, discúlpame. Creo que debí haberlo conversado contigo en su momento, mira, que bueno que tocaste el tema-

-se acuerda que yo le escribí un poema; lo hice porque quería expresarle cosas lindas y…-

-aaah el poema. Lo había olvidado, es que para mí eso fue una anécdota. Ahora que me acuerdo lo leí, y por ahí lo dejé…-


Sentí un dolor en el alma.


-¿no sintió nada, no le gustó?-

-es que tengo que hacer tantas cosas en la semana, para mí no fue más que una anécdota Cirilo-


Se hizo un nudo en mi garganta.


-bueno, de todos modos quiero decirle que no me quiero sentir culpable de esto que me pasa con usted. Yo a usted la encuentro muy hermosa. Cuando la veo siento una luz que nace en mí. No sé porque siento esto, pero nació así de repente y al tenerlo guardado aquí adentro me estaba como ahogando. Usted es muy especial para mí-


Quería desaparecer.


-pero Cirilo, yo tengo una vida allá afuera, tengo una relación muy bonita con una persona hace varios años. En su momento le conversé de esto a Gonzalo y él me dijo que no me preocupara, que no eras un peligro, que lo viera como lo que es; una cosa simpática-


Me sentí destruido.


-en realidad po, pucha no sé qué decirle. Disculpe, no sé en qué estaba pensando- Miró su reloj y volteo su cabeza como buscando la salida- Parece que tiene prisa. Bueno, que le vaya bien en todo-

-a ti también. Chao- me dio la espalda y se fue.


VI


Sentí que mis rodillas cedían al peso de mi cuerpo. Me apoye en el muro. Un sabor a muerte recorrió todo mi cuerpo. ¡Qué imbécil, que estúpido! ¿Cómo pude hacer el ridículo de esta manera tan grotesca? ¿Por qué me castiga así el señor? ¿Y porque fue tan hiriente conmigo? Mire alrededor. No debía llorar ahí. Respire hondo y partí rumbo al sector beta. Subí corriendo las escaleras sin alzar la vista. La sensación en mi garganta era insoportable. Grité. Abrí la puerta de la celda y estaba vacía. Entré al baño, cerré la cortina y comencé a llorar. Hace años que no lloraba. Ni los palos ni la cárcel habían logrado robarme lágrimas. Miré mi rostro en el espejo, me di lástima. Miré mi nariz y sentí odio hacia mí y el mundo. Encendí la luz y busque en la repisa de arriba un palo y el martillo. Envolví la punta del palo con una toalla y lo apuntale en mi nariz. Tomé el martillo con firmeza y golpee el palo con todas mis fuerzas.  Solté un bramido. El dolor fue tan grande que logro aplacar al dolor. La sangre comenzó a brotar revelando lo irracional de mi acto. Tiré las cosas al suelo. Las gotas tiñeron el lavamanos y aquella imagen me hipnotizo. Respirar por la boca me hizo probar  la mezcla de sangre y lágrimas. Este era el sabor del amor. Me calmé. Abrí la llave del lavamanos y el agua estaba cortada. Saque agua de una botella y lave mi rostro con cuidado. El dolor me impedía pensar con claridad. Miré el espejo; tenía el rostro hinchado. Hice unas pelotas de confort y me tapé las coanas. Limpié como pude. Caminé hacia la ventana de la celda y contemplé través de los barrotes la cordillera de los andes. Pensé en su magnificencia a pesar del paso del tiempo. Miré hacia el cielo y comprendí que la vida continuaba. Me sentí infeliz. Me sentí preso. Me dieron ganas de masturbarme compulsivamente. Aproveché el momento de soledad y busque entre mis discos a mi amada Cesárea Évora; la Morna se apoderó de mi alma herida. Me senté en la cama y volví a llorar, esta vez más tranquilo. Pensé en todas mis fantasías con Josefa y comencé a reír. Entre carcajadas me puse de pie, comencé a hacer morisquetas y a bailar como un idiota. Me senté. Algo en la ecuación estaba mal; sí, de acuerdo en que la fantasía se había apoderado de mi mente, pero algo en ella no me cuadraba; ¿Por qué fue tan hiriente?, ¿tanto la había asustado? Decidí dejarlo ahí. Quizás lo merecía; tal vez era mi karma. Me preparé un té de Nepal y fui asaltado por una revelación casi epifánica: mi condena incluía la prohibición del amor. Lo acepté de inmediato.


Una voz se oyó desde el otro lado de la puerta.


-Aló, permiso a la pieza- 


Me acomode en la cama y fingí un semblante normal.


-pasa- era el Bastardo.

-hola Ciri… ¿qué te paso en la cara hermano?-

-nada-

-¿Quién fue el valiente que te dejo así?-

-nadie-

-si no me deci te voy a pegarte yo a vo escuchaste- Lo decía en serio-

-me pegué con la punta de la repisa- mentí.


Tomó un cuchillo que estaba sobre la mesa y exclamó;


-entonces con este le voy a pegar al primer perkin que se cruce en mi camino.-

Dicho esto salió de la celda como una bestia enloquecida. Salí tras él.

-oye Bastard, ¡Bastard! –grité. Se detuvo- ven gueon, no seai tonto, ven y te cuento-


Le conté todo. Algunas cosas ya las sabía, pero no en detalle. 


-¡consíguete el nombre completo, la dirección o la patente del auto y yo mando a alguien pa que le saquen la chucha!-


Reí.


-ella no tiene la culpa de nada Bastard, el gueon soy yo que me inventé un cuento más fome que el del gueon de la guitarra…-

-puta Cirilo, teni que dejar de ver con el otro asopao esas películas de jackie chan que te enredan la testa gueon. Llegaste de los castigos medio bloqueado vo…-sentencio- ¿y que vai a hacer ahora? ¿No me digai que vay a dejar de ir al taller por culpa de la mala mujer?-

-no sé qué voy a hacer…-

-vo teni que seguir yendo po Cirilanka. A ella le pagan pa venir y más encima plata nuestra, ¿o vo creí que viene por bolita de dulce?-

-¿cómo plata nuestra Bastard?-

-toda esta guea que está aquí la han construido con plata nuestra po gueón-indicó con las manos el lugar- estos gueones juntan la plata del I.V.A y hacen canas. Cuando pagai las imposiciones, cuando comprai pan, cigarros, estos gueones te cagan, gastan en gueas que uno ni sabe. En el fondo es como una inversión que hicimos a largo plazo. ¿Cachay la volá o no?-

-¿qué estay hablando gueon…? ¿Vo cuando hay trabajado en tu vida?-

-bueno pero vo si po laburante culiao…-


Reímos.


-hermano te doy un consejo de pana, no le demostrí importancia a las mujeres bro. Si queri te mando a buscar una pelaita pa que te hechi una cachita…-

-no se trata de eso Bastard-

-¿un caballito entonces?-


VII


Tomé en cuenta las razones del Bastardo. Debía continuar mi camino. Si bien me sentiría ridículo al verle la cara, era una situación que tenía que afrontar. No podía girar en torno a esta decepción sentimental. Estaba herido, pero no destruido. Sus palabras me habían afectado profundamente, pero quizás debía agradecer su honestidad. Mal que mal había apostado mis fichas a unas expectativas que ella no tenía porque cumplir. Bueno, al menos lo intenté, lo hice; afronté mis temores y exprese mis emociones. Por último no quedaría girando por mi cuerpo el veneno de la cobardía. Aceptar lo bueno y lo malo de la vida suponía una ventaja: sufrir menos.


La despedida de Gonzalo Huerta fue bastante emotiva. El cambio de mando fue recibido entre aplausos. Josefa habló de sus proyectos a largo plazo. La verdad es que no me sentía a gusto en el taller. Intente adaptarme al cambio, pero se me hacía difícil. Sentía que Josefa le daba un trato superficial a los temas y a la importancia del compañerismo dentro del taller. Quizás seguía dolido con ella. No estaba seguro. Mi compromiso con la obra y con mis compañeros era importante, no debía restarme. De pronto comenzaron a suceder cosas extrañas. Un día llego muy seria, nos sentó en círculo y dijo que por orden de la dirección estaba estrictamente prohibido aceptar cualquier  tipo de regalos y mucho menos ingresar cosas. Esto no tenía sentido, esa regla había existido desde siempre. ¿Qué había cambiado ahora? Sentí una terrible inconsecuencia en sus palabras. Me sentí decepcionado. Cosas que antes no le molestaban ahora le irritaban considerablemente. Nos prohibió fumar dentro de la sala y hacer cualquier tipo de comentario mientras ella hablaba. El sentimiento de libertad que otrora disfrutaba, ahora no era más que un triste recuerdo. Los ensayos comenzaron a ser tediosos. Se entretenía entre veinte a treinta minutos en la persecución de sus caprichos. Las ideas que aportábamos generalmente no las compartía. Esto parecía una dictadura. Un día exploté. Estaba detrás del escenario e interrumpí el ensayo para comunicar mi molestia:


-señorita Josefa, discúlpeme pero lleva corrigiendo al benjamín veinticinco minutos y queda súper poco para que termine la clase. Háganos participar a todos.-

Su rostro hirvió en furia. Ignoro mi comentario pero una vez terminada la clase disparo al aire:


-parece que están saliendo a flote el ego de los actores-


La indirecta la sentí innecesaria tomando en cuenta la confianza para discutir nuestras diferencias. Respondí:


-Discúlpeme, pero creo que no se trate de ego. Es solo que la clase dura menos de dos horas semanales y usted se detiene en cosas que limitan la participación de todos…-

-mira; este es mi trabajo, soy una especialista en lo que hago. Si creo que se debe repetir una escena cien veces, cien veces la haremos. Yo les doy la libertad de crear los personajes a la pinta suya, yo no lo voy a limitar en eso.-

-pero eso no es tan así- corte en seco las vibraciones en el aire- la otra vez al Alfredo lo critico por una impostación de voz que según su criterio no tenía ningún sentido.-


Su semblante se descompuso.


-¡a ver!-alzo la voz-¿tienes algún problema personal conmigo?-

-no, pero es mi visión de las cosas, ¿Por qué no decirlas?-

-mira, aquí la directora soy yo. Y yo le doy punto final a las decisiones que se tomen en este taller. ¡Quedo  claro!-


Me mordí la lengua. Sus palabras las sentí como un combo en el hocico. Linda forma de terminar una discusión. Caneramente hablando, eso se comparaba a una puñalada o un lanzazo: la ley del más fuerte. Las cosas comenzaron a cobrar un sentido totalmente diferente. Reflexioné, y comencé a unir cabos sueltos: Josefa, su doctorado, su cambio drástico de personalidad…Ahora entiendo todo, esto había sido un plan siniestro de su parte para comprar nuestros cariños y lograr hacerse cargo del taller. Esa había su motivación desde un comienzo. Nos había utilizado; “el fin justifica los medios”. Quede absorto en el más profundo abismo de la desilusión. Realmente soy gueon.


VIII


Decidí no hablarle más. Me mostraría  indiferente con ella. Solo sería cordial y educado. Las posibilidades de desarrollarme como persona al interior del taller eran más importantes que mi rabia hacia ella. Me sentía más seguro. Tenía habilidades que servían para potenciar al grupo. En definitiva de eso se trataba un poco la adultez; no dejarse dominar por las emociones ni por las circunstancias. Esta conciencia me daba alegría. Quizás esto me hacía sentir diferente a los demás. Así fueron pasando las semanas: hola, chao, ¿Cómo estás? Bien gracias…formalidades. Mentiría si dijera que no la miraba, lo hacía, pero no le demostraba importancia. Comenzó a acercarse con escusas, nunca de frente. Pero yo desconfiaba, ya no le creía, no le creía nada. Un día me choco con el hombro, me pidió disculpas, mas no logró ocultar la ira en su rostro. Noté que empezó a asistir más provocativa, incluso su perfume era más intenso. Lucía atractiva, no lo niego, pero no era más que una cáscara; lo que me había enamorado de ella no existía, nunca existió.


Estábamos a una semana de presentar la obra. Hicimos un recuento del material y nos percatamos de que el escenario estaba bastante dañado. Me ofrecí como tramoyista para  reparar los muros de Troya, así es que comencé a llegar media hora antes.


Aquel día me despertó un allanamiento rutinario. En su búsqueda infatigable, los funcionarios destruyeron las plantas; la humillación, los golpes, la violencia me era indiferente, pero ¿Qué culpa tenían las plantas? 


Busqué las herramientas y las puse en la mochila. Pedí permiso para ir al taller. Salí por el pasillo y mientras caminaba recordaba las plantas, sentía rabia. Alcé la vista y para mi asombro vi a Josefa acercarse desde lejos. Ceñía al cuerpo un vestido calipso con tonos blancos que le hacía resaltar la sensual cadencia de su andar. Me recordó a la mala madre. Sentí pena. El escote de su busto me desconecto de la pena, pero me esforcé en no bajar la vista de sus ojos.


-hola Cirilo, ¿Cómo estás?-

-¡estoy, al menos estoy! ¿Y usted?-

-¿te pasa algo?-

-nada. Necesito reparar el escenario. Nos vemos después.


Seguí mi camino. No tenía ganas de hacer vida social y menos con ella. Baje por el corredor e ingrese en la sala. La luz se colaba por las ventanas matizando las tinieblas de aquel rincón olvidado. Lo único bello ahí era el silencio. En un extremo de la sala estaban los muros de Troya. Me acerque por un flanco quedando entre la pared y la muralla de cartón.  Me puse de rodillas y saque las herramientas de la mochila. Un ruido llamo débilmente mi atención. No le di mayor importancia. Volví a concentrarme en el muro, cuando por un costado vislumbre el contorno de un ser que se abalanzo violentamente sobre mí, tirando mis cabellos con fuerza hacia atrás al tiempo que punzaba con algo mi cuello. Solté un quejido. En un susurro omnipotente imprecó:


-ponte de pie conchetumadre-


Su mirada era hierro fundido. Sentí pánico. Choco mi espalda contra la pared. Me incorporé lentamente guiado por el poder de sus ojos calcinantes. Puso su pierna entre las mías. Poso la vista en mi boca y de una lamida cruzo todo mi rostro. Se detuvo un instante a chupar mi nariz. Se alejó unos cuantos centímetros  y un hilo mojado tendió un puente entre el ser y la nada. El tiempo se detuvo. Sacó su mano de mi cuello dejando caer  algo al suelo. Suspire. Sentí sus dedos rozar mi entrepierna y al dar con el bulto lo apretó.  Descubrió el cierre de la cremallera y lo bajo de cuajo. Un impulso recorrió todo mi cuerpo. Deslizó su mano dentro del bóxer y me tomo con fuerza el miembro desde la base clavándole  las uñas. Lanzo un chillido nervioso. Luego lo tanteo como aprobándolo y lo estiro fuera del pantalón dejándolo libre. Aguante la respiración. Su lengua desenfrenada se adueñó de mi boca soltando descargas de saliva que me costaba tragar. Ahogue un gemido cuando al tomar distancia se llevó un trozo de mi labio entre sus dientes. Acercándose a mi oído susurro:


-quiero que me metas con fuerza el pico me escuchaste lumpen de mierda!-



Fin





 


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