Das liebesverbot, de como la música me salvó la vida.
En aquel momento mi corazón latía por derecho propio y la sangre fluía por inercia. Vivía en una celda de 2x3 m2. Habían 3 camas adosadas al muro, un baño, una pequeña ventana con grandes barrotes y celosía. La puerta de la celda era metálica de unos 5 cm de espesor y tenía una pequeña ventanita del tamaño de un billete. El dióxido de carbono era al aire como mi esperanza al vacío. En aquel espacio vivíamos 5 personas, 5 mundos tan distintos. Yo había llegado de los últimos y me correspondía dormir en el suelo, debajo de una de las camas. Me sentía como en la tumba, durmiendo en el nicho de una necrópolis de la desesperanza, haciendo patria con la araña de rincón (mi peor pesadilla) los chinches y las vinchucas. Por las noches me faltaba el aire. Hacía el esfuerzo de sacar mi boca por entre los barrotes para respirar una bocanada de vida. El instinto de mirar las estrellas chocaba con esa barrera llamada celosía; un obstáculo para iluminar mi espíritu con aquella luz inmarcesible que yace incrustada en la bóveda celeste desde tiempos inmemoriales.
La losa de la cárcel es un témpano de hielo, un iceberg que
guarda en su interior el recuerdo del pasado: animales que quedaron atrapados
en sus fauces, inmóviles como estatuas, que cada ciertos siglos asoman sus
cuerpos a la luz del sol descomponiendo sus fibras entre el hedor de la
putrefacción y la muerte. Ahí me di cuenta que el ser humano expele hedores que
no se disipan, es el cuerpo el que se adapta para sobrevivir, para evitar la
náusea el olfato se proclama vencido y caduca ante la costumbre y la adversidad.
En estas condiciones recurres a la mente. Los recuerdos del pasado evocados con
ahínco vienen al presente convertidos en emociones; y yo evoqué pasajes, mas en
cada resplandor una pena, un error, una herida provocada por la inconsciencia
de mis actos.
Mi condena había llegado y con esto el cese de la
incertidumbre; una emoción maldita que corroe el espíritu de los ignorantes, y
yo ignoraba. La cadena perpetua simple venía a reemplazar la ansiedad por la
resignación y el terror al destino en la certeza del tormento. Sin darme cuenta
comencé a refugiarme en el sueño. Dormía de día y de noche. El descubrimiento
del mundo onírico fue un escape a la realidad. Mis sueños hablaban de fugas,
del mar, del cielo; una vida paralela que de vez en cuando le entregaba un
suspiro a mi existencia. Comencé a descuidar mi apariencia física, mi aseo
personal. El cuerpo me dolía, los músculos de mi espalda estaban tensos.
Desperté en más de una ocasión con los dientes destrozados. Mis compañeros
decían que los hacía rechinar por las noches y que el sonido los despertaba. Esperé 6 meses para la atención dental y hubiese
preferido que el momento nunca llegara: el odontólogo estaba institucionalizado,
su trato era vil y abyecto, su voz me hacía recalcar aún más mi identidad: la
de un insecto. El diagnóstico clínico: bruxismo nervioso. El tratamiento, - no
hay tratamiento, aquí solo hacemos extracciones-. La presencia constante del
dolor de mi dentadura me hizo olvidar otras dolencias.
La comida en la cárcel es mezquina, cuando vi esas marmitas
por primera vez quedé pasmado; flotaban dentro de ellas verduras y legumbres
casi enteras. La carne era escasa y los muchachos peleaban por ella. Muchos
arreglaban esa comida, extraían las verduras y los trozos de carne y los
preparaban aparte. Yo me resistí a comerla en un principio, pero luego tuve que
hacerlo por sobrevivencia. Parecía que ya nada podría empeorar esta situación, el
hoyo en el que me encontraba no daba tregua. Las visitas eran dos veces a la
semana, sin embargo les era difícil venir porque debían resolver sus horarios
de trabajo y llegar muy temprano, casi de madrugada, para alcanzar a estar
conmigo 40 minutos. Mis amigos nunca vinieron, ni una carta me enviaron. Para
mí lo más importante era ver a mis padres, hermanos, mi abuelo, mi mujer e hijo.
Un día ella llegó temprano, cuando vi sus ojos supe que algo malo ocurriría. Ella
me dijo que no había elegido tener una
vida así, que yo había decidido este destino para mi y que no vendría nunca más
a verme. La ruptura fue dolorosa pero esperada. A ella y a mi hijo no los volví
a ver por un largo tiempo. Me dolía mucho la separación con mi hijo, saber que
no vería sus primeros pasos me sumió más en el abismo. El dolor que sentía me
lo guardé para mí, no quería compartirlo con mi familia. Veía sufrir mucho a mi
madre y contarle mis problemas la hubiese destruido. Fueron 4 o 5 años los que viví
al borde de esta locura, el tiempo suficiente como para ver en la muerte un
amigo, una salida a todo lo que existe. No sé cómo logré sobrevivir tanto
tiempo.
En el año 2011 conseguir un televisor era más que una
necesidad un lujo. Evadir la realidad del día a día, el encierro y el
aburrimiento era el pan de cada día. En la cárcel ronda una máxima que detesto:
“la tele es la mitad de la Cana” y yo había sucumbido ante este aforismo de la
estupidez. Los famosos matinales mostraban una realidad apolínea, una estética
rebosante de una falsa belleza. Los conductores por costumbre hablaban muy
rápido y aquella velocidad enmarcada en el cuadro de lo inmediato me producía
rechazo. Las noticias explotaban el tema de la delincuencia a tal punto que en
un escenario ficticio me daba temor volver a pisar el medio libre. Los
programas de trasnoche llamados “late show” trataban sobre la vida de los
actores, modelos, política y sobre todo la explotación del género femenino como
un objeto sexual. Los programas interesantes los daban los fines de semana
generalmente después de las 0:00, horario en que nos cortaban la luz por
Decreto Supremo. En los pasillos el cotilleo giraba en torno a la vida de los
conductores de televisión, infidelidades, escándalos entre otras banalidades. “La
tele es la mitad de la cárcel” No! la tele es lo que terminará por convertir mi
cerebro en un montón de mierda pestilente. Un día el hastío fue tal, que la tomé
bruscamente decidido a destruirla contra el muro. Mi compañero de celda me
frenó con un grito:-Noo, cómo se te ocurre romper la bendición, vamos a quedar
vegetales, véndemela a mí yo te la compro-. Acepté, mal que mal el televisor me
había costado 70 mil pesos que demoré casi 6 meses en juntar. Fue un suspiro no
tenerla. Mi compañero de celda la instaló a los pies de su cama para
solidarizar con mi persona. Las 16 horas de encierro comenzaron a ser un
calvario. El ocio estaba horadando mi mente y el aburrimiento dejaba aflorar mi
ansiedad. Comencé a conseguirme el diario: la Cuarta, las Últimas Noticias, la Tercera
y de vez en cuando el Mercurio. Entendí que cada diario tenía su propia personalidad:
la Cuarta era el diario jocoso y ordinario, el diario del pueblo. Las Últimas Noticias
era el pasquín, explotaba el cotilleo de los famosos y el entretenimiento
barato. La Tercera era un diario serio, hablaba de política, finanzas, entrevistas
interesantes, su puzle y el sudoku eran muy entretenidos. El Mercurio era un
poco de todos los anteriores: explotaba la política y la farándula con un
lenguaje culto, formal y estético. Las entrevistas y los reportajes eran
reveladores, su puzle era una maravilla. Tenía un cuerpo llamado artes y letras
que me hacía sentir cómodo, feliz y con ganas de interesarme más en la cultura.
Al final había una sección llamada páginas sociales, una vitrina de personajes
y familias chilenas que me hacían dudar de mi nacionalidad. Era gente hermosa,
de tez blanca, incluso rosada, rubios ojos de colores, buen vestir, vivían en
mansiones, eran exitosos, profesionales y felices. Ahí me di cuenta que tenía
un gran resentimiento social. Esa imagen que ignoraba de Chile me hacían dudar
de la imparcialidad y del enfoque que daba a conocer la línea editorial sobre
mi país . Comencé a sospechar que una mente siniestra trataba de manipularme
entre líneas, sentía que querían formar en mi mente un paradigma, una noción
sesgada de la realidad, en lenguaje carcelario: “me estaban haciendo la mente”.
La verdad es que salvo ciertos segmentos los periódicos chilenos eran un gran
televisor que vomitaban en mi mente la misma mierda pero más refinada.
Conversando un día de visita con mi abuelo sobre estas cosas me dijo algo que
cambió mi percepción: - nieto, no debes dejar de leerlos, solo debes tomar lo
bueno y desconfiar del resto, haz tu propia
idea de las cosas, saca un poquito de allí y otro de acá. Le hice caso pero terminé
resolviendo los puzzles y leyendo el artes y letras. Un día cualquiera apareció
un aviso en el diario El mercurio, era una promoción: por la compra del diario
más 5 mil pesos te entregaban una caja con la biografía de un compositor famoso
y 5 cds. Algo me dijo que sería bueno coleccionarlos. Tenía guardado el dinero
de la venta del televisor, pero no tenía dónde escucharlos. Comencé a preguntar por todos lados si había
algún reproductor de CD a la venta y lo había: un CD Player marca Philips con
audífonos en 30 mil pesos. Lo compré de inmediato. Luego pensé resolver el tema
de las baterías así que le compré a un compañero un transformador para
alimentarlo en 10 mil pesos. Un día domingo por la mañana llegó la cajita. En
la tapa salía la fotografía del compositor y su nombre Johannes Brahms.
Saqué el librito de su interior y me gustó, estaba impreso a todo color y en
papel brillante. Finalmente observe los 5 CD: concierto para piano y
orquesta número 1, 2 y 3, sinfonía número 1 y 2. Tenía deseos de
escucharlos pero había decidido hacerlo en la celda tranquilo, concentrado y
sin interrupciones. La hora del patio había terminado y debíamos regresar a
nuestras celdas. Una vez allí, me estiré sobre mi cama, tomé el concierto para
piano y orquesta número 2 en Si bemol mayor, opus 83, lo
introduje en el reproductor, me puse los audífonos, cerré mis ojos y presioné el botón play, esto fue lo que me dijo:
Dios creó el universo, todo su amor, sí
siente en el toda su luz, es para ti,
no sientas que Él te ha olvidado, no
no pienses que es todo tinieblas…
Ponte de pie, levanta el vuelo
confía en ti, debes vivir
aunque no vea en el mundo consuelo
y todos quieran verte sufrir
deja de mirar hacia el suelo
no maldigas tu existir
nunca te he dejado solo
estoy contigo en tu sentir
¿acaso el sol no te ilumina?
¿acaso el agua dejó de fluir?
la luna y las estrellas son tuyas
aunque no pueda verlas están
las grabé en tu memoria hijo mío
búscalas dentro de ti
despierta tu esencia divina
donde quiera que estés
hoy es en la mazmorra
mañana no sabrás
no importa el camino
más que el caminar
si pudieras mirar más allá del dolor
verías Ángeles a tu alrededor
ellos me hablan de ti
me piden por ti
sufren por ti
te acompañan desde el principio y nunca los escuchaste
te mostraron el camino
no quisiste seguirlo
ahora es el momento hijo mío de escuchar tu corazón
de brillar en la obscuridad
de romper paradigmas y avanzar
nunca ignores mis designios
te enviaré maestros
y me verás en todos lados
toma tu Cruz y sígueme.
Yo quiero decir aquí que la música me salvó la vida. No sé
si Johannes Brahms lo escribió para mí, pero tocó mi corazón, lo apretó,
lo exprimió y lo que fluyó de aquel fue un manantial de natre. Mis sentimientos
se aflojaban y mi alma respondía en cada melodía. Podría prolongarme aquí por
días, cada compositor que llegaba a mi vida me comunicaba una idea particular que
me ayudaba a revelar mis emociones reprimidas. La sinfonía número 9 llamada “Coral”
de Ludwig Van Beethoven motivó mi voluntad. Los conciertos para piano y
orquesta de Félix Mendelssohn me entregaron una idea especial de lo
estético y del equilibrio. Antonio Vivaldi y sus cuatro estaciones me
enseñaron que la música se convierte en imágenes, colores, olores y en
naturaleza viva. Joseph Haydn me motivó a reencontrarme con la
perfección del movimiento, las matemáticas, la elegancia de la armonía. Mozart
me hizo reír del asombro, no sé por qué razón me transportaba a mi primera
infancia, me sentía un niño escuchándolo. Johann Sebastian Bach me hizo
volar, ascender al cielo y estar a los pies de Dios. Richard Wagner me
mostró la grandilocuencia, la magnanimidad, el honor, el amor a la mitología, la
historia y la patria. Niccolo Paganini
me sumergía en una atmósfera de misterio, a veces eran monólogos, otras
diálogos. Conversaba conmigo del misterio de la vida y cierta obscuridad. Si Paganini
me habló de la obscuridad, Stravinski me habló del abismo; me mostró mi
sombra, la recorrió de principio a fin, me llevó al infierno y me abandonó en
un pantano rodeado de mis propios demonios, sin embargo me ayudó a reconocerlos
y aceptarlos. Stravinski me dejaba estupefacto, era como comerse todas
las comidas del día en un solo plato, así que recurría a Tchaikovski
para relajarme y volver a sentir un mundo de sueños y travesuras. Con él podía
convertirme en un cisne, un ratón o un príncipe azul. Sergey Rachmaninov
me hizo llorar, su concierto para piano y orquesta número 2, en Do menor, opus
18, me hizo recordar a mis amores, me dieron ganas de enamorarme
perdidamente. Sentí que podría haberme dado más, salir de mi egoísmo y
entregarme en cuerpo y alma. Sus Vespers eran mis propias súplicas a Dios.
Jamás sentí la voz humana tan cercana al cielo, tan digna de la herencia
angelical. Frédéric Chopin me llevó a la tumba, me resucitó y
luego me hizo rozar la locura. Lo imaginé un tipo como yo, sin matices, o
blanco o negro. El scherzo número 1, Opus 20, en si bemol menor, me hizo
tiritar. Pensé que eran 3 pianos los que sonaban al unísono hasta que vi con
mis propios ojos, lo que a mi parecer es el éxtasis máximo, el paroxismo
lapidario entre la obra de arte y la interpretación musical. Mis ojos vieron a Chopin
reencarnarse en la persona del maestro Claudio Arrau: el mejor intérprete que
ha parido la humanidad. Haberlo visto tocar en vivo hubiese sido suficiente
como para poder morirme en paz. Sé que soy mezquino e irreverente mente
paradójico como Erik Satie, pero la lista sería interminable. Me refugié
en esta expresión del alma humana tanto como pude y no volví a ver televisión
en años. Giuseppe Verdi me mostró las mejores películas que pude
haber imaginado. El idioma nunca fue un obstáculo, aunque me dio por buscar los
diálogos en español y no solo eso; descubrí que los mismos conciertos y
sinfonías eran interpretados de formas distintas por orquestas sinfónicas y
filarmónicas de diferentes países en distintos escenarios y fechas. El descubrimiento
de esta música fue uno de los acontecimientos más importantes en mi vida. Doy fé
que Dios me habló a través de ella y que pese a mi ignorancia en la teoría, la escolástica
y la academia; esta música fue hecha para todos sin importar la edad, condición
social o color de piel. Incluso hasta las plantas la gozan.
Dios creó el universo a través de una palabra. La palabra es
un sonido particular y aunque desconozca su significado no deja de ser. La
vibración de aquel sonido se prolonga y expande hasta los confines más
recónditos del universo. Si tuviéramos un radiotelescopio que pudiera analizar
las vibraciones más sutiles del cosmos, podríamos escuchar las conversaciones
de los antiguos Tiwanakenses, de cómo crearon su cultura, cómo construyeron
Puma Punku y por qué se destruyó. Quizás esa máquina sea nuestra conciencia
sutil y a través de la meditación consciente podamos viajar hacia cualquier
rincón del universo. Yo lo he hecho, sin embargo queda la duda de si la
experiencia es real o solamente fruto de la imaginación.
La música puede tener sentido y al mismo tiempo no tenerlo. Puede
tener un principio y un final coherente o ser un caos incomprensible para la
inteligencia o para el discernimiento, pero no para el alma. Quizás no tenga
los canales auditivos preparados para ciertas vibraciones y las rechace.
Nuestra mente busca patrones, segmentos inteligibles y la música no es la excepción.
No obstante, la no-mente no discrimina, por ejemplo: el concierto tocado por la
naturaleza: el canto de las aves, el sonido de una catarata, el sonido de las
olas del mar, el sonido del movimiento de las copas de los árboles y las
piedras que son arrastradas por el río, la erupción de un volcán, el sonido de
un temblor, el choque de las nubes, el nacimiento de un trueno, el
desequilibrio armónico del sonido de la lluvia sobre la tierra, las piedras o sobre
la madera. Esta es la obra cúlmine que todo ser humano debe escuchar antes de
morir: la sinfonía sempiterna Opus infinito del planeta tierra. Si fuese
posible y a pesar del karma, yo estaría dispuesto a donar uno de mis oídos para
que un sordo pudiera escuchar esta extraordinaria belleza. Cóbrenme la palabra!
Me despido aquí de los amantes de la música, de todos los
que crean sonidos maravillosos y horribles, de todos a quienes la música les ha
salvado la vida, de los compositores e intérpretes que han hecho de este mundo
un lugar más vivible. Abrazo a mi profesor de música Claudio Chuhuaicura
al cual nunca preste la debida atención y a Sandra Coz por
enseñarme a usar mi voz como un
instrumento musical.
Wonderful, wonderful, and more. Thank you, for writing this. 🙏
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