La muerte del Jorge

-La vida y la muerte van de la mano...-
Ésta fué una de las primeras frases que impactaron mi mente con la conciencia de morir, ya sea la de un otro, la mía o la de algún familiar.
Con 25 años de edad y una larga condena por cumplir en una de las cárceles más peligrosas de Chile, la muerte se veía como una clara posibilidad; no solo el asesinato a sangre fría producto de un duelo con estoques de 3 o 4 baldosas, sino también el suicidio o la muerte por alguna enfermedad mal cuidada como la pulmonía. 
La vida y la muerte van de la mano, escuchaba la frasecita por aquí y por allá; en la rueda de mate, en la enfermería o en un calabozo. 
En este submundo que habito desde hace más de una década, la vida carece de valor. Es en la práctica el mensaje del estado, pese a todo eufemismo cínico o las buenas intenciones. Es también la voz del pueblo, el sentir popular: que se sequen, que se pudran. Sin embargo también es nuestra voz: la violencia inusitada al interior de la cárcel, la esclavitud del perkin que obedece a cambio de vivir o el consumo crónico y desmedido de pasta base y estupefacientes. Existen miles de estudios que no han cambiado esta realidad en años. Es interesante hablar de este fenómeno social desde la perspectiva del investigador, un idiota que dicta charlas y se llena la boca de la pobreza carcelaria sin siquiera haber visitado una. "Mas Bendito el que ayuda desde el corazón".
La suerte esta echada! como en un juego de naipes nos tiraron a morir: -"los que puedan sobrevivir a la pandemia bien por ellos, los que no, bueno, en la calle la gente está muriendo dentro de las ambulancias, imaginen que no hay cama para la gente del medio libre, menos lo habrá para uno de ustedes"- así se nos comunicó la presencia del covid 19 en la torre 2A de la cárcel de colina 1. La estocada fué de primera, sin flores. No sentí como otras veces al gendarme disfrutar del dolor ajeno, fue en gran medida un espaldarazo a la cruda realidad y un matiz de impotencia, puesto que él estaba expuesto al virus tanto como cualquiera de nosotros.
La cuarentena había comenzado, el distanciamiento social era imposible por el hacinamiento. El limón, jengibre, ajos y cebollas eran el bien preciado de los que aún reciben el amor de su familia. Alcohol gel, amonio cuaternario y antivirales eran sólo sonidos amorfos, más parte de la mitología que de la realidad. Uno a uno comenzamos a decaer: la fiebre, la pérdida de olfato, los problemas respiratorios eran pan de cada día. El virus nos había coronado. A algunos con la corona de espinas de Jesucristo; los botó a tierra inmisericorde, los dejó semivegetales en cama sin los cuidados de nadie, excepto de la solidaridad de los propios caídos en desgracia con mayor tolerancia al dolor, asintomaticos, o derechamente mala hierba: aquellos en los que el virus al entrar tuvo que disputarse al huésped con la gonorrea, la sífilis, la sarna, el herpes y cuanto demonio habido y por haber.
En este decadente escenario murió mi amigo y compañero Jorge Ortiz.   
Jorge de 42 años fué sólo un número más para el estado de Chile y gendarmería, así como los 5000 caídos desde que comenzó la pandemia en nuestro país. Jorge era un reo rematado, pero ciertamente era más que su delito, era hijo, hermano, papá, era quién  ponía su televisor en el pasillo para que pudiésemos ver las noticias o una película, era de los que compartía su comida, era de trato amable y cordial, siempre con una sonrisa matutina y la talla a flor de piel, era buen amigo el Jorge y ésta es mi forma de despedirme de aquel que murió de una manera inhumana, carente del cuidado y afecto de sus seres queridos. Escribo esto porque siento que su muerte fué como un suspiro, como un destello en el firmamento y me da rabia. La vida y la muerte van de la mano y es cierto. Jorge volvió a un lugar dónde todos iremos tarde o temprano.
 Espero que Dios se glorifique en la familia que dejaste amigo y que dondequiera que estés sepas que te lloramos y que oramos por tu memoria.
  Jorge Ortiz Martinez 
     Descansa amigo.

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